Revista EPOCA

26, Marzo, 2001




Cuando se contemplan las pinturas de Cristina Ruiz, además de la sorpresa, muy grata sorpresa que recibe el espectador, surgen, de inmediato, una serie de preguntas.

Hay que decir que ella plasma flores, pero no comunes y comentes, sino mágicas que jamás son o serán así en lo circundante. Son flores que explotan. Son explosivas premoniciones, son el álgebra de lo inexplicable y la poesía ensanchada. Son flores desfloradas y son flores demoniacas envueltas en la curiosidad y en el deseo de investigar hasta qué punto algo vivo, traspasando las capas ígneas de los soles en conjunción, se reduce a luces de niebla y a nebulosas en espiral.

Ella pinta y se interesa en la danza. Su visión de lo dionisíaco es declarada forma de manifestar lo apolíneo en la belleza de la forma, del color sensual, en el erotismo y en la pasión que subyuga.

Con sus obras plásticas muestra que los caminos del arte son muchos más que los conocidos, ignorados o no intentados, salvo por ese movimiento envejecido que fue el impresionismo o por diferentes subjetividades.

Su carrera se definió en Francia, cuando participó en grupos artísticos auspiciados para reconstruir vitrales en iglesias y abadías. La paz interior, la calma, pero asimismo, y de esencia, sensuales son sus pinturas de caballete, realizadas ya en México a su regreso en 1986. Su claridad mental la lleva a experimentar con el ser en estadios intermedios entre la melancolía y la explosión de lo bello. Cristina Ruiz estudia técnicas diversas y el modo como puede descifrar los enigmas de la expresión exterior.

Le parece más pertinente llegar a la esencia de la existencia y del significado que quedarse en la epidermis lujosa y exquisita de cuerpos de seres deslumbrantes y de doncellas dentro de mieses, selvas verdes, oropeles pálidos.

Su obra es realista inventada, es alegoría de lo que tal vez puede existir, pero que no existe en la realidad real. Todo lo que ella pinta está en la otra realidad, aquélla sugerida por Octavio Paz y Xavier Villaurrutia.

De hecho, luz, vida, flores, bailarines móviles e inmóviles, mujeres perdidas en los bosques, atmósferas, naturalezas vivas y muertas, ideas, soluciones y resoluciones en el arte plástico son más abstracciones de la mente que realidades pictóricas. Son ideas girando alrededor de otras ideas. Todo es abstracto en el reino del arte, hasta la pintura más realista, como podía ser la copia fiel e hiperreal de una mano, una flor o un destino.

Cristina Ruiz lleva la zozobra, la tristeza, los estados anímicos y sus respectivas conclusiones hacia límites de la sensibilidad. Ella se hace su propio autorretrato múltiple, mediante una serie de variantes que vienen a ser lo mismo.

Pienso que más que romántica, su obra es nostálgica. Los grandes temas, las gestas épicas, las escenas eróticas, los héroes y heroínas, reales o ficticias, no existen, pero engrandecen y hacen lucimiento en los pre rafaelistas, en los órficos, en los propiamente románticos como Ingres y Delacroix, en los neoclási y, finalmente, en los del surrealismo que fueron los últimos en tratar de llevar al sueño, la ensoñación, los actos fallados fallidos, la imaginación, el invento cal, a las explosiones del corazón al ser humano.

Cristina Ruiz va hacia delante descubriendo caminos, rumbos, méritos, tratando de alcanzar la individualidad, esa forma o formaciones estéticas que la encuentran donde está. Su técnica óleo sobre tela se va depurando. El fondo, aunque sea del mismo color que el espacio, que la esencia pintada, es diferente. Sus temas son los eternos temas de la belleza y de todo lo que nos rodea: flores, frutos, pensamientos, espiritualidad, animismo, la hermosura en lo sensorial y el sentimiento de una hermosa alma generosa y diferente.

Es ya una artista profesional, sólo hay que hacerla vigente con muestras importantes y planes a futuro corto y lejano.

Su dibujo es apenas perceptible pero es impecable. Al igual que el manejo de las formas, de ciertas perspectivas y su método, el resultado es síntoma de una grandeza que se dice en tono menor y es la más valiosa. Cristina Ruiz: pintora de verdad.