Crítica

Cristina Ruiz - Crítica

Cristina Ruiz va imponiendo su estilo y sus formas plásticas a los públicos más exigentes, más reacios a aceptar la verdad del cuerpo humano y sus emociones, sentimientos, acciones mundanas, verdaderas, innegables, que simplemente son.

Cristina Ruiz hace pintura y ahí mismo hace música. En sus territorios de la sensualidad elegante existen resabios de Debussy y de Ravel, de Satie y del presto con fuoco del poeta Mallarmé.

Única en su género, en espacios más musicales que pictóricos, Cristina Ruiz va imponiendo su pintura plagada de símbolos míticos, como puede ser el de la esperanza y la sublimación, Cristina Ruiz, pintora de la luz y de la oscuridad del alma, de las perversiones y de la sacralización del abrazo y del adiós, como en los adioses de Beethoven pinta con absoluta libertad y con absoluta conciencia de que su trabajo va a llegar al centro del ser sensible, inteligente, que no pretende esconder sus emociones más bellas ni las mas horripilantes, sino encontrar esa vereda de misterios hermosos.

En sus encuentros y desencuentros, como en los paraísos de rojos encontrados, o en los páramos desérticos, o en esos territorios de luminosas advertencias, los seres que ella dispone son triunfos espirituales y glorificaciones del ser.

Como en el soneto de Villaurrutia hacen parejas, se van, se alejan, se desean, desaparecen. Son figuras mudas, silenciosas, reflejos de la condición humana.

La visión de los sentimientos que posee y plasma en sus cuadros Cristina Ruiz es magnífica. Reconcilia con los semejantes y, viéndolo bien, con agudeza, la única manera de volver a creer en el hombre y en la mujer que, despojados del mal, como en un nuevo paraíso de ludismos y tempestades, convergencias y divergencias, se reanude su posibilidad de ser hasta en el no ser. Todo puede ser. Deseando y amando otra vez.

Alfonso de Neuvillate, Crítico de arte

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