La voluptuosidad del cuerpo humano que se entrelaza
en el abrazo infinitesimal, el poema resultante, la carne transfigurada
en misticismo y amor, la grandeza de la forma que transfigura
el verdadero tormento del existir en exaltación funambulesca y
en brusca cópula que es éxtasis y religiosidad, la bruma del pesimismo
que se desvanece ante su majestad la anatomía, así como la sed
de decir, hasta lo ¡ndecible por la libertad de creación es lo
que configuran las obras totales, absolutas, de sapiencia en el
dibujo y mejor color, de inspiración romántica y nueva academia
actualizada, de esa exquisita artista que es Cristina Ruiz, cuyas
obras acaban de ser expuestas con buen éxito crítico y económico,
en la "Broome Street Gallery" del Soho neoyorkino.
Lo aparente
y lo que desafía la memoria. Lo que ahora se dice con la elegancia
de los elegidos y la galanura de lo hermoso. En fondos ocres y
amarillos, adentro de formas geométricas, Cristina Ruiz introduce
sus personajes protagónicos: los héroes míticos de la actualidad
que responden a lo cotidiano, pero los esfumina en brumas, en
celajes nocturnales avivados por el resplandor del sol de media
noche, por la lujuria y así, iluminados y desnudos, sorprenden
por su concepto de lo bello, por sus rasgos cualesquiera que fueren
y dentro de significativas ausencias y presencias del gran teatro
de la vida, inicia un diálogo, una comunicación entre ellos y
los espectadorespara concluir que el poema que da en el centro
refulgente es noche oscura, clamor del día, insomne sueño del
ensoñar y por supuesto del amor que se atrevió al fin a decir
su nombre.
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Cada uno de sus 20 acrílicos sobre tela es testimonio de una verdad, vez la única con que cuentan los mortales para gozar de eso que se demina vida y asimismo tribulación. Lo demás es invento, tragedia, draa de la invención y fruto del éxtasis, de lo orgiástico y de lo apolíneo.
Sus figuras, imágenes fosforescentes y astilladas, son de corte clásico.Cada cuerpo es un homenaje al ser que siendo es él si y el no es en el arte, en la estética, en lo ontológico y epistemológico del mismo ser.
Y es uno o varios seres racionales y por ello sus implicaciones filoficas, sublimadas, hermosas, laberintos de poses, formas, conjunciones disyunciones.
Arte espiritual y singularísimo. Aunque para muchos esto sea difícil de entender, más no la forma en sí y lo que con ella se dice o se está por decir.
Las mil y una noche de posesión. Ciento veinte días de tentar a la belleza con el amor que es más laberinto y más vida muerte en este valle de misericordia. Consagración del cuerpo, de la casa y del ser, sea hombre o mujer.
Los desnudos que crea y recrea Cristina Ruiz surgen de la historia y del trabajo con modelo y de los que su féerica imaginación le obliga a plasmar.
Acentos renacentistas, mujeres que reposan su spleen hechas un
ovillo en significativo dibujo entrelazado. Las piernas y los
brazos despiden el aroma de lo sensual, onírico, secreto: el secreto
a voces de la libre reunión y la fragilidad del instante que es
luz, bruma, existencialidad.
En otros lienzos, partidos, bifurcados, cuadriculados el experimento
en donde son funda mentales la reflexión y la decisión son notables.
Rememoran aquellos dibujos a la sanguina o con punta seca, rojizos,
de por ejemplo Blake, inspirados a su vez por Sebastiano del Piombo,
o bien las bañistas de Delacroix que se inspiraron en fantasías
del Masaccio.
El embrujo por la carne de Pisanello está presente,
así como las decisiones dibujísticas de Limbourg y la voluptuosidad
de la estatuaria griega.
Igual se encuentran antecedentes estéticos
en la obra de Cristina Ruiz de las niñas adolescentes de Renoir,
que influjos de Kallimachos, Skopas, el Correggio, Doeldasas y
Antoniano de Afrodisias que de Lo renzo Costas y Lucas Cranach.
También presentes el marques Von Byros y Aubrey Beardsley como
Alphonse Mucha, Cézanne, Degas, Rubens, Angel Zárraga, Romero de
Torres, Gorozpe, Ruelas, Ensor y el conde de Toulouse Lautrec.
Los torsos femeninos, vistos a gran escorzó, desde atrás y hacia arri
ha, son fuentes para reinventar al mismo cuerpo de mujer que exalta
perfección, belleza y hasta esa rara enfermedad que es la melancolía.
Con el perfume de las gardenias esmeralda en que se esconde, como
los colibríes en las copas de los árboles y en el canto de las dos sopranos
del Motete Exultate Jubilate hacen que se reconcilie uno con Dios, con sus creaciones, con
sus creaturas perfectas y que se aparte la idea de lo infernal, aunque se participe de ello.
Cristina Ruiz muestra sus conocimientos del dibujo anatómico, pero no para en ello.
Ella sabe darles color, que es sentimiento, estado de ánimo, manifestación de alguna idea,
recuerdo, lugar o sensación vivida e imaginada, sabe darles perspectiva en las graciosas compo
siciones y centra o pone a sus protagonistas en zonas ideales de la superficie del cuadro.
Las inunda de inundaciones de líquidos misteriosos y cabe la posibilidad, según Be
gun y Caruso, de insuflarles milagrosamente, aromas, acantos, olores a sexo irrepetible
o al aroma de las flores que son tentación para las aves hombres.
El arte de Cristina Ruiz es un arte narrativo, ciertamente, pero sin de
jar de ser arte, arte simbológico, sígnico, de ícono, de enseña y enseñanza.
Y es importante porqué vuelve a darle al cuerpo humano la jerarquía
que ha tenido a través de la historia del arte.
Hoy por supuesto olvidado por los que se pasan de modernistas y que
no son más que ignaros e ignorantes de la historia, arte y condición.
Bellas cabezas perfeccionadas por el romanticismo y por las fórmu
las y cánones de lo bello, torsos, pechos, caderas, piernas pies, sexos, ma
nos, todo devuelve la grandeza corporal sin dejar de ser una especie de
oración, de elegía, de loa, de soneto de catorce versos en que se rinde
bién a los atributos estéticos del hombre.
Pero ya no es el atleta, ni el arquetipo, ni el agonista grecorromano, ni el héroe homérico, ni el de las
leyendas antiguas, sino es el ser de todos los días, con interrogaciones,
necesidades, turbulencias, enfermedades, sufrimientos y pasiones de
esta contemporaneidad.
El hombre y la mujer de hoy en su vasta, grande, asombrosa presencia
ineludible. Real, espejos de lo que somos y de lo que fuimos y
nunca de lo que dejamos de ser y de existir.
Whitman y sus poemas
anagóricos, los sonetos amatorios de Vi llaurrutia, los poemas
de Adriano para Antinoo, el último dios de la antigüedad clásica;
frases de cadencias sincopadas, el Banquete de Platón y sus definiciones
de los dos amores, de las dos Afroditas, de los dos modos del
ver al amor, el arte, su destino, desafío y consecución de ideales
surgen a la contemplación de las obras purísimas de Cristina Ruiz.
Con la certeza de quése está ante una obra fresca, juvenil, incontaminada,
ya en vías de una madurez sólida e individualista y de rescate
de valores realistas importantes.
Por eso es explicable su triunfo
en Nueva York en donde ya se está harto de todo lo que es no objetivo,
no realista, no filosófico, es decir, con ese encuentro con la
nada que Heidegger y después Sartre vieron con una claridad aterradora.
El arte de Cristina Ruiz es sensación y es emocionante entrega.
Esto es esencial. Es esencia de la existencia y es la presencia,
sin máscaras o disfraces de cualquiera índole, de esencias de
los seres humanos.
El amor material y el amor carnal. Tal cual.
Con la evidente elegan cia de espíritu que es la que hace que
una cosa sea popular y otra la ver dadera obra de arte.
Si a mediados
del siglo XIX los llamados Pre Rafaelitas ingleses ad quirieron
tanta jerarquía y tanto valor histórico y ahora son prolegóme
nos del arte que trata de abordar, subjetivamente, los sentimientos
más hermosos y elevados del hombre, fue porqué presentaban, idealizadas
e idealizados a seres con cauda erótica bellísima, a simples mortales divinizados y al amor en su grandeza sensorial, poética, mística, religiosa, tautológica, espiritual y etérea.
Cristina Ruiz creando lo que crea sienta bases para posteriores desarrollos plásticos de México. Es un arte de tan subjetivo dudoso e incierto, como el amor, la pasión y finalmente las obsesiones.
Cristina Ruiz artista satisfecha de su obra orgiástica exhaustiva. Rotunda. Hermosa como las flechas de Cupido que hieren corazones y mentes lúbricas. El pecado de lo pecaminoso como obsesión de enanos y el triunfo de Venus sobre todo lo demás del hombre y la mujer.
Arte, éste. de Cristina Ruiz que es como las adicciones. Imprescindible e incurables.
Ella ya y en este momento ha obtenido su Krönungs y ha dejado a un lado aquellas palabras malherianas: "Meine Seit Wird Noch Komen".
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